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Por Pegaso 

Un verdadero acierto de las autoridades de salud es obligar a las empresas empacadoras nacionales a que incluyan avisos en sus etiquetas sobre el alto contenido calórico o de sodio en los productos que venden al consumidor. 

Algo parecido a lo que pasó hace ya varios años con las cajetillas de los cigarros. 

Pero a pesar de que en ellos se advierte con horribles imágenes de gente con cáncer, deformes o fetos hechos pedazos, la gente sigue comprando y fumándose varias cajillas al día. 

Ni aún los elevados precios son suficientes para detener el vicio de fumar, porque además de estar entre la población más obesa del mundo, tenemos el nada grato privilegio de ocupar uno de los primeros lugares en fumadores y tomadores de alcohol. 

Pienso que no solo se deben poner etiquetitas, sino eliminar definitivamente los altos contenidos de grasa y sodio en todos los productos que se venden en las tiendas. 

Los nutriólogos identifican cinco “venenos blancos”: Azúcar, grasa, sal, harina y leche. 

Sabemos que la gran mayoría de las golosinas que se venden libremente, contienen alta cantidad de esas sustancias y que por eso mismo somos un país lleno de gordos, hipertensos y diabéticos. 

Poco a poco se deben sustituir, por ejemplo, los refrescos embotellados. Cada botella o lata de 335 mililitros incluye 35 gramos de alta dextrosa, una azúcar refinada que favorece la aparición de la diabetes. 

También se deben sacar del mercado y sustituirse por presentaciones más sanas, todo tipo de alimentos chatarra, como los pastelillos, chicharrones, fritos y demás basura que nos llevamos a la boca con gran fruición. 

Los “venenos blancos” tienen la particularidad de tener un sabor atractivo y por lo mismo, son adictivos. 

En un día cualquiera, un mexicano promedio se levanta a trabajar. Su esposa le prepara un huevo frito con mucho aceite Capullo, Patrona o Lirio, frijolitos refritos con chorizo, su leche o su chesco y así se va a la chamba. 

Al mediodía, cuando arrecia el hambre y su vieja le ha echado el lonche, le entra a los taquitos de harina y otro chesco. 

En la tarde o noche llega cansado y encuentra en su mesa una sopita de fideos elaborada a base de harina y…¡otro chesco!  

Y para dormir tranquilo, se refina su caguama. 

Eso es entre semana. 

Los sabaditos por la noche se va con los cuates, compran varios six, llevan pollo o chuletones para asar.  

En la vida del mexicano no faltan ocasiones para celebrar.  

Si pierde o gana su equipo preferido, de todos modos le entran sabroso al chupe y a la carnita asada. 

El domingo por la mañana, la barbacoa es como una religión, con su piquito de gallo y el infaltable refresco de cola o de sabores. 

El mexicano no come. Traga. 

Éstos malos hábitos alimenticios y la falta de un régimen de ejercicio, han cobrado factura a lo largo de los años. 

Ese mismo mexicano promedio, aparte de feo, prieto y chaparro, es panzón, diabético, hipertenso y tiene un carácter de la chingada, precisamente por tanta basura que se mete al organismo. 

Se ha demostrado que en países donde llevan una dieta más sana, como Japón, el número de pacientes con COVID-19 está bajo control. 

No creo que el nuevo etiquetado de los productos altos en grasa y sodio contribuyan en algo para bajar la obesidad de la población, porque pasará lo mismo que con los cigarros, que mientras más feas y grotescas sean las fotos que ponen en sus empaques, la gente los compra más. 

Eliminarlos por completo, sustituirlos por artículos más saludables, es la respuesta. 

Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso, cortesía de mi apreciado amigo ya fallecido, el Profe Ramón Durón Ruiz: “Mofletudo, de abdomen pronunciado y glúteos prominentes, de grandes testes el macho cabrío”. (Cachetón, panzón y nalgón, güevón el cabrón). 

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