AL VUELO/ Chip 

Por Pegaso 

Andaba yo volando allá, cerca de Tokyo, esperando que el tifón no obligara a cancelar alguno de los eventos programados, cuando me quedé pensando que desde siempre, en los Juegos Olímpicos y en competencias de carácter mundial, quienes sobresalen son los atletas de países desarrollados. 

México ha participado en la mayoría de las Olimpiadas y, desde que tenemos memoria, solamente se ha traído unas cuantas medallas de oro, algunas pocas más de plata y un titipuchal  de bronce. 

Con tanta medalla broncínea ya hubiéramos elaborado un millón de cazos para hacer chicharrones de puerco. 

Pero, se preguntarán mis dos o tres lectores, ¿por qué ocurre así?¿Por qué los mexicanos no podemos competir de tú a tú con los gringos, alemanes, chinos e ingleses, si tenemos dos manos, dos pies, una cabeza y un corazón, igual que ellos? 

Alguien dirá que las dimensiones corporales tienen mucho que ver, pero recordemos que los japoneses y chinos son aún más chaparrones que nosotros y ellos se llevan carretadas de medallas de oro a sus países. 

Diego Armando Maradona era casi un enano. “La Pulga” Messi mide menos de 1.70 metros y sin embargo, fueron o son futbolistas del más alto nivel. 

Es decir, no se necesita ser muy altos o fuertes, -a excepción de algunos deportes, como el basquetbol o la alterofilia que sí lo requieren- para sobresalir en las justas deportivas. 

Todo se reduce al chip que traemos, a la herencia genética, a la “L” de “loosers” que tenemos impresa en la frente. 

Antes de la llegada de los españoles, la inmensa mayoría de los pobladores del territorio que hoy ocupa México, estaban subyugados por crueles tiranos. 

A las clases más bajas no se les permitía ni siquiera mirar a la nobleza, mucho menos mezclarse con ella. Y cuando nuestros antepasados estaban inconformes con algo, nomás agachaban la cabeza y murmuraban entre dientes: “¡Titenchicahuac, xicholo cuitlamula!” 

Más adelante, cuando llegaron los españoles, éstos nos colonizaron con apenas un puñado de cabrones que venían en barcos, armados de cañones, arcabuces y relucientes armaduras, a lomo de unas bestias imponentes que ahora sabemos que se llaman caballos, pero que a aquellos aborígenes les parecían monstruos feroces. 

La historia nos muestra a los mexicanos siempre agachados. Ante los españoles, luego ante los franceses y luego ante los gringos. 

Pasaron los años, las décadas y los siglos. Ya la esclavitud ya no es física, sino psicológica, con gobernantes que siempre nos están diciendo lo que tenemos que hacer. 

Apechugamos todo porque tenemos en nuestra cabeza el chip de la obediencia, de la servidumbre, de los perdedores. 

Para entender mejor la mentalidad de los mexicanos, volvamos al futbol. 

Ponga usted a un jugador de la selección nacional a tirar un penalty. Estando frente al portero del otro equipo, ve la portería muy lejana y diminuta, como de un metro, y al guardameta lo ve como a un gigantesco pulpo de ocho brazos. Resultado: Falla el tiro. 

Ahora coloque a un portero mexicano en el mismo arco. Sentirá que la portería mide un kilómetro por lado, que el manchón de penal está muy cerquita, que el cobrador del penal está más mamado que Hulk y que la pelota sale disparada a mil kilómetros por hora. Como resultado: Gol seguro. 

Por eso mismo, México siempre, o casi siempre pierde en finales de panalties. 

Otros países destinan presupuestos millonarios para preparar a sus atletas de élite, y generalmente mandan especialistas a las competencias internacionales. 

En México, nada más porque a un güey le gusta un deporte, se mete a él y entrena como loco, pero como no hay apoyos oficiales, termina por poner de su bolsa para ir a competir a Río Bravo. 

Ya de entrada está derrotado, pero además, no hay psicólogos destinados a levantarles la moral, a convencerlos de que en realidad pueden lograr cosas que consideran imposibles. 

Bruce Lee, aunque era flaco corrioso y apenas levantaba un metro con setenta y dos centímetros de estatura, podía lanzarte a varios metros de un chigadazo. 

El secreto estaba en su extraordinaria capacidad de concentración y en creer que podía realizar las hazañas que solía hacer. 

Entonces, ¿por qué nuestros atletas tienen el chip de perdedores? 

Remontémonos a la película “Parque Jurásico” (Jurassik Park, por su título en inglés, estrenada en 1993. Director: Steven Spielberg. Protagonistas: San Neil, Jeff Goldblum, Richard Attenborough, Bob Peck, Martín Ferrero, B.D. Wong y Samuel L. Jackson), donde el Dr. Alan Grant explica que no se puede borrar el instinto de 65 millones de años de los dinosaurios. 

Así, no podemos borrar de un plumazo la idiosincrasia de miles de años del pueblo mexicano. 

Tendríamos que reeducarnos para empezar desde cero, hasta lograr una mentalidad ganadora. 

Por ahora, los dejo con el refrán estilo Pegaso que dice: “¿Qué objetivo persigues cuando permaneces en estado de vigilia, individuo originario de los Estados Unidos Mexicanos?” (¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?) 

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