AL VUELO/ Viejas

Por Pegaso 

¡A mí me gustan la viejas! 

Sí. Me encantan. Es más, mi vida son las viejas. (Nota de la Redacción: ¡Te van a regañar, Pegasiux de Petatiux!) 

Las viejas canciones definen parte de mi existencia. 

Platón decía en La República, que el hombre debe escuchar música con armonía para que ésta se sintonice con el alma. 

De lo contrario, si escuchamos pura música estridente, fea, cacofónica, como el rock pesado, el reggeton y las rolas sinaloenses, o los berridos de Benjamín Elizalde y toda la retahíla de narcocantantes, acabaremos por parecernos a los mañosos, física y mentalmente. 

¿Usted ha visto cómo son los punteros, marucheros, estacas y demás fauna nociva que abunda en cada colonia de Reynosa? Para empezar, tienen cara de malditos, andan todos tatuados, la mayoría son flacos correosos, porque comen pura sopa Maruchan con su chesco, traen una pinche gorra con diamantina y dibujos de calaveras o de hojas de mariguana; portan camisetas de color negro, pantalones bombachos, tenis para correr de los soldados, una cadenota de la Santa Muerte en el pescuezo y un aparato de radio que no sueltan ni para ir a cagar. 

¿Y saben qué música escuchan? ¡Sí!¡Claro! Toda esa basura que ensalza a los mafiosos líderes de la delincuencia organizada. 

No por nada algunos de esos dizque cantantes, como Valentín Elizalde, Jenny Rivera y Julión Álvarez han sido vinculados en Estados Unidos con grupos criminales. 

Yo siempre he preferido la música tranquila y, si me preguntan, también soy un sujeto calmado que prefiere no meterse en broncas de ningún tipo. 

Crecí con temas plenos de romanticismo, como Amorcito Corazón, cantada magistralmente por Pedro Infante, Me Recordarás, con Javier Solís, Detalles, con Roberto Carlos, Voy a Perder la Cabeza por tu Amor, con José Luis Ramírez “El Puma”, Súbete a mi Moto, con Menudo, Me Enamoro de Ti, con Los Chamos, Verónica, con Víctor Iturbe “El Pirulí”, Esta Triste Guitarra, con Emmanuel, Lo que no fue no Será, con José José, Laura, con Raphael, Canciones Lejanas, con Eros Ramazotti, Bolero Falaz, con Aterciopelados, Cruz de Navajas, con Mecano, Chiquitita, con Abba, Mariposa Traicionera, con Maná, por citar algunas cuantas de mis canciones favoritas de la vida.  

También instrumentales, como Antes de la Lluvia, con Lee Oskar, Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, la Pequeña Serenata Nocturna de Motzar y el Himno a la Alegría de Beethoven. 

No pretendo decir que tengo el alma muy armónica, porque incluso, no concibo la existencia del alma, pero la conciencia puede ser influenciada por el tipo de sonidos que le llegan del exterior. 

Me gusta siempre poner como ejemplo la analogía que representa la película “La Naranja Mecánica” (A Clockwork Orange, por su título en inglés. Estrenada en 1971. Director: Stanley Kubrick. Reparto: Malcolm McDowell, como “El Pequeño Alex”, Patrick Magee, Adrienne Corri y Miriam Karlin). 

“El Pequeño Álex” es un jovenzuelo sociópata que reúne a una pandilla de vagos malvivientes (drugos), dedicados a robar y provocar daños con ultraviolencia. 

El Gobierno británico logra echarle el guante, pero solo para someterlo a un novedoso tratamiento y usarlo como propaganda política. 

“El Pequeño Álex”, quien creció influenciado por todo tipo de música estridente, recibe el tratamiento conocido como “La Técnica Ludovico”, que consiste en exponerlo día y noche a música suave con escenas de amor para hacerlo socialmente apto. 

La película termina con el protagonista “curado”, sin embargo, en la última escena, “El Pequeño Álex” dirige al espectador una mirada socarrona de complicidad, lo que nos hace suponer que la violencia estaba tan arraigada en él, que ni con un lavado de coco se podía revertir. 

Por eso, yo prefiero las viejas. 

Sí. Me encantan las viejas. 

Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Dicha situación es armonía para mis órganos auditivos”.  (Esto es música para mis oídos). 

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