AL VUELO/ Cenicienta

Por Pegaso​

​(Basado en el cuento homónimo de Charles Perrault).​

Érase una vez, en un país muy, muy lejano, una familia compuesta por tres mujeres llamadas Complicidad, Simulación e Impunidad, que vivían con su madre, la Corrupción.​

Con ellas vivía también su hermanastra llamada Honestidad.​

Honestidad se la pasaba todo el día lavando ropa, sacudiendo muebles y preparando la comida para sus egoístas parientes.​

Por las tardes, una vez terminadas sus labores, colocábase desde la ventana a observar los bellos árboles y el inmenso jardín, escuchando el dulce trino de los pajarillos.​

Soñaba con tener una vida mejor, lejos de la envidia y el rencor que sentían hacia ella Complicidad, Simulación e Impunidad.​

Era amiga de las aves, de los ratones y de los grillos, quienes la consolaban en su soledad.​

Cierta vez, el Rey organizó un fastuoso baile para buscar entre las núbiles doncellas de la más rancia sociedad aquella que fuera digna para desposar a su hijo, el Príncipe.​

Corrió la invitación a todas las mujeres casaderas, incluyendo a las tres hermanastras de Honestidad.​

Triste por no recibir invitación, la jovencita lloraba inconsolable, rodeada por sus únicos amigos, los animales del bosque, ya que en secreto amaba al príncipe.​

De pronto, enmedio de un destello azul, surgió la hermosa figura de una mujer de rostro bondadoso: Era su hada madrina.​

-¿Quién eres?-le preguntó Honestidad.​

-Soy tu hada madrina-respondió la angelical aparición. Sé cuánto sufres por la maldad de tu madrastra, pero esta noche yo te voy a transformar y podrás ir al castillo. ​

Con un toque de su varita mágica, apareció un brillante vestido de razo con ricos adornos de lapislázuli y unas zapatillas de cristal que destellaban con la luz de la luna.​

Con un nuevo movimiento mágico, convirtió una vieja calabaza que estaba en el rincón en una rica carroza y hechizó a los ratoncillos que corrían de un lado para el otro, transformándolos en gallardos mancebos.​

Con la felicidad en el rosto, Honestidad subió a la carroza y llegó al castillo, causando la admiración de todos, inclusive del Príncipe, quien en ese momento sintió un dulce y tierno amor en su pecho.​

Bailaron toda la noche, bajo la mirada colérica de la madrastra y sus hijas.​

Sin embargo, la hada madrina le había advertido que, dando las doce de la noche en punto, tendría que retirarse porque el hechizo terminaría. ​

Faltando apenas unos segundos para que el reloj tocara la medianoche, se acordó de la advertencia, y sin despedirse se zafó de los brazos del príncipe, corriendo desaforadamente por las escaleras para que su amor no se diera cuenta que sólo era una humilde sirvienta.​

No se percató que en su desesperación había perdido una de las zapatillas.​

El Príncipe buscó y buscó en todo su reino, y aún en los reinos vecinos sin encontrar a su amada, llevando la fina pieza de cristal envuelta en suave lienzo de terciopelo.​

Finalmente llegó a la casa de las hermanastras, quienes lo recibieron jubilosas, pero a ninguna de ellas quedó la hermosa zapatilla de cristal. ​

La madrastra había ocultado a Honestidad en el más oscuro y alejado rincón de la casa, sin embargo, el sonido de una dulce voz al cantar, junto con el trino de los pajarillos llamó la atención,del Príncipe y a pesar de la resistencia de las arpías, pudo llegar hasta donde estaba Honestidad. Ahí la vio, vestida con miserables y sucios harapos, sin que eso opacara su prístina belleza.​

Segundos antes de que se fundieran en un tierno abrazo, ¡plop! la hermosa honestidad despierta de su dulce sueño.​

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.​

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