Por Pegaso
Disfrutando en mi vuelo de los primeros fríos de la temporada invernal, me puse a pensar sobre el absurdo de aquellas expresiones triunfalistas de que las Cámaras de Senadores y Diputados cuentan ya con el 50% de mujeres.
“Es por ley”,-asegura una empoderada legisladora de no sé qué partido político.
Personalmente, prefiero que no sea por ley, sino por mérito.
Es como si los generosos hombres dieran una graciosa concesión a las débiles féminas. Y eso aún sigue sonando a misoginia.
Veamos. En la Historia Humana, la mujer ha sido siempre sojuzgada por el hombre bajo el pretexto de que éste es más fuerte.
Salvo en contadas ocasiones, las sociedades de la antigüedad eran patriarcales. La Biblia nos da el ejemplo más ilustrativo del predominio del varón. Los patriarcas bíblicos consideraban a la mujer casi como objetos de uso, buenas para tener hijos y hacer las labores del hogar, lo mismo que las civilizaciones griega, sumeria, india, china, los pueblos primitivos de África y América y por supuesto, los árabes, donde la sumisión de la mujer es total.
Pocos son los ejemplos de sociedades matriarcales. Tal vez la más famosa es la de las amazonas, en la mitología griega.
Una isla llena de mujeres guerreras, con incursiones a tierra firme en busca de hombres que las fecunden, y en caso de que al parir el producto sea varón, lo matan para que sólo queden las niñas, quienes serán educadas en el arte de la guerra.
Fuera de esa ficticia comunidad, son pocos los matriarcados que vemos a lo largo de la historia de nuestra civilización.
No es de extrañar que hace apenas unos cuantos años, específicamente el 17 de octubre de 1953 se haya publicado un decreto para que en México pudieran votar y ser votadas las mujeres.
De ahí surgió un movimiento de emancipación, donde cada vez el mal llamado sexo débil ganaba posiciones en los diferentes ámbitos de la vida social, política, administrativa, deportiva y artística.
Por ejemplo, antes no se admitía a mujeres en competencias internacionales, porque éstas estaban restringidas a los varones.
Ahora tenemos mujeres futbolistas, boxeadoras, levantadoras de pesas y prácticamente en todas las disciplinas deportivas.
Pero en política, sólo están limitadas al 50%.
La equidad o paridad de género obliga a partidos políticos y gobiernos a ¿conceder? La mitad de las posiciones a la mujer, porque así lo dice la ley.
Pero, ¿qué pasaría si de repente tenemos una Administración Municipal, o Estatal o Federal con el 80% de participación femenina, o una Cámara de Diputados con el 90% de mujeres?
En una sociedad realmente democrática, la meritocracia debe ser el punto de partida, y no importa si eres hombre o mujer, si tienes el deseo de servir, los conocimientos y el mérito necesarios, puedes llegar a ocupar puestos públicos o de elección popular.
En Reynosa, apenas hace tres años que tenemos una mujer al frente de la Administración Municipal, después de 267 años de dominación masculina.
En algunos Estados del país ya hay gobernadoras y pronto en el Gobierno Federal podríamos tener una mujer al frente.
Por eso me parece absurdo que algunas diputadas o senadoras se sigan vanagloriando de que son el 50% “por ley”.
Eso refuerza mi tesis de que son las mujeres las que se sabotean o limitan a sí mismas.
Por cierto, en todos los censos de población y en los padrones electorales, las mujeres son el 51%, es decir, son mayoría.
Va el dicho estilo Pegaso: “No es necesario emitir sonidos articulados, fémina, posees hoja metálica de doble filo”. (Ni hablar, mujer, traes puñal).