Juanito

Juan González Lozano

Por Oscar Díaz Salazar

A la cena con periodistas que le organizó el colega ríobravense José Ángel Solorio, al entonces candidato a senador Américo Villarreal Anaya, en una palapa de Rio Bravo, me acompañó mi amigo Juan González Lozano, quien fungía en ese tiempo, y por mucho tiempo, como presidente del Partido del Trabajo en Reynosa.

Juan González tenía una gran facilidad para hacer amigos. Sin conocerse, al final de esa velada, Juanito ya se había colocado a la diestra del candidato, conversado por un buen rato y pactado un desayuno al siguiente día, para organizar el reparto de propaganda, la organización de varios eventos y la integración de casilleros, representantes generales y todo el ejército que interviene el día de las elecciones. El candidato valoró mucho ese apoyo que le ofrecía el líder del PT, porque no tenía control (ni confianza) de lo que harían en ese mismo tema los otros partidos de la coalición.

En esa reunión Juanito se adhirió al ameriquismo. De ahí salió convencido de que Américo Vllarreal Anaya sería su candidato a senador, pero también su gallo para la gubernatura, que se disputaría años después.

Aunque coincidimos en el mismo Cabildo, y nos tratamos con respeto y camaradería, no exenta de bromas, como esa de llamarle «Regidor quince», por su excelente trato con el alcalde y la fracción priista, y el responderme como el «Regidor 5» del PAN, porque actuaba como oposición (más que cualquier panista), nos hicimos más amigos al terminar ese trienio.

Me acompañó un par de veces a darle la vuelta a mi Luciérnaga, que estudiaba en Monterrey, y me invitó en otras ocasiones a los eventos del Partido. Recuerdo perfectamente la marcha y el mitin que organizó el PT frente al Palacio de Gobierno de Nuevo León, para reclamar recursos para el programa de guarderías y escuelas, administradas por organizaciones adheridas al PT, y que prestaban servicio en las colonias populares de la Zona Metropolitana de Monterrey.

Nos hablábamos en diminutivo, yo le decía Juanito y él me llamaba Oscarito. Creo que fui yo quien empezó a nombrarlo Juanito, sin más intención o propósito que demostrarle afecto, por lo que de igual manera me agradaba que me llamara Oscarito.

Me sentí siempre halagado porque me ofreció muchas muestras de su afecto. Me invitaba a sus festejos de cumpleaños, eventualmente nos reuníamos para desayunar, me preguntaba con sorna por «el solovino», (presunto yerno que solo se fue), me preguntaba por mi familia, y cuando yo le preguntaba por su familia, me decía muy divertido que él quería tanto a sus hijos, que a cada uno de ellos le tenía su propia Mamá. Me invitó también a su graduación de licenciatura y de posgrado.

A pocos días de iniciar el gobierno del doctor, me confió que tenía la intención de pedirle una chamba relacionada con la Protección Civil, de carácter estatal y por lo tanto en Ciudad Victoria. Escuchó con atención cuando le sugerí que «pidiera» la jefatura de la Oficina Fiscal de Reynosa, espacio que tradicionalmente es considerada la posición estatal más importante en los municipios.

A pesar de la línea crítica de mis escritos con este gobierno estatal, Juan González jamás negó mi amistad, ni dejamos de reuniros para platicar, ni se escondió para que no lo vieran conmigo… Como me ha pasado con otros «amigos».

Por eso y por muchas cosas más, voy a extrañar a mi amigo Juanito, un gran ser humano que tenía amigos por montones, y yo me siento muy afortunado por haber disfrutado de su afecto.

Saludo con mucho respeto y afecto a sus deudos, familiares, amigos, colegas y compañeros de las logias.

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