AL VUELO/ Paz

Por Pegaso

Andaba yo volando allá, cerca del libramiento Echeverría, donde pasé la mayor parte de mi niñez, recordando los viejos tiempos.

Cuando yo era un Pegaso chaval me pasaba las tardes haciendo mil y una travesuras con los cuates del barrio.

Había una anciana que vivía en una casucha de madera, rodeada de basura y matorrales.

Se llamaba doña Paz.

Aquellos pillastres que éramos en ese entonces solíamos lanzar piedras a su casa, y la vieja solía salir echando pestes, con sus enaguas largas y sucias, su cabello canoso y sus encías desdentadas.

¡Pas! ¡Ahí viene doña Paz!-solíamos gritar antes de pegar la carrera para ponernos fuera del alcance de la arpía, que no hacía honor a su nombre.

Esa era mi visión de la palabra paz, en aquel entonces.

Lejos estaba de suponer que a lo largo de los años se convertiría en el más preciado anhelo de los reynosenses.

Desde que la Ciudad y el Estado se convirtieron en zona de guerra, allá por el 2008, las autoridades han intentado en vano contrarrestar la fuerza de la violencia con programas destinados a reconstituir el tejido social.

Convertida en retórica, la frase «reconstitución del tejido social» forma parte de la argumentación de cada funcionario cuando se presenta un programa novedoso dirigido a las clases socioeconómicas más vulnerables, a las de más alto riesgo.

Surgen así proyectos como el de los parques de barrio, donde con grandes inversiones se rescatan áreas públicas y se convierten en entornos más saludables para que los muchachos realicen actividades físicas y se alejen de los vicios.

Al ser inaugurado el parque de barrio de la colonia Ayuntamiento 2000, hace unos tres años, la lideresa de la colonia hizo uso de la palabra en representación de los beneficiados y dijo entre otras cosas que esa plaza quedaría «mejor que Broadway».

La pobre señora no sabía ni lo que decía, pero la idea era que ese espacio público permitiría alejar a los chavos de las bandas, del ocio y del crimen organizado.

Los años han demostrado que, pese a los millones de pesos gastados, el problema sigue latente y no ha disminuido para nada. Al contrario, la delincuencia se ha fortalecido y hoy hablamos de toda una generación perdida.

De ahí que el programa que ayer puso en marcha el DIF Estatal, llamado «Nuestros Niños, Nuestro Futuro», sea una forma diferente de afrontar los efectos negativos de éste cáncer que nos carcome como sociedad.

Con aportaciones de la ciudadanía, miles de niños víctimas de la violencia, los llamados «huérfanos del narco», podrán seguir sus estudios y convertirse en hombres y mujeres de bien.

Ayer, durante la presentación del programa, habló un representante de una universidad de Colombia, llamado Mario Enrique Barrios, quien hacía alusión a la metodología que se usó en su país para paliar los efectos de la violencia.

Detrás de él, sentados en unas gradas, decenas de chiquillos y chiquillas se revolvían inquietos mientras el especialista disertaba sobre la escasa esperanza de vida que tienen los jóvenes que ingresan al tenebroso mundo del crimen organizado. Tres años, a lo sumo.

Para evitar que esos niños, y otros muchos que viven en ambientes criminógenos en Tamaulipas se conviertan en los futuros radieros, punteros y marucheros, que esas niñas sean las próximas muñecas de la mafia, las siguientes buchonas, todas deformadas por la cirugía, con prominente busto y enorme trasero, debe existir la cooperación de la sociedad entera.

«Apadrina a un niño»,-fue el mensaje que trajeron ayer las autoridades estatales a Reynosa.

«Hoy puedes cambiar la vida de un niño», «Cuando apadrinas a un niño le das un futuro mejor»,-se lee en el tríptico que se repartió entre los asistentes al evento.

También se dio a conocer la creación de una Escuela de Reconciliación y Paz, donde se enseñará a los infantes el camino del perdón y a saber manejar emociones destructivas como el odio, la rabia, el rencor, el deseo de venganza y la autovictimización.

Utilizará herramientas de la Oneless University India, lo que equivale a decir que se usarán técnicas de meditación, yoga y algunas ideas de Gandhi sobre la no violencia.

Programas de éste tipo debieron implementarse desde hace muchos años.

De esa manera, el comandante Vaginitas o el comandante Miura pudieron haberse convertido en hombres de bien, trabajadores, responsables, con una chambita modesta de operador en una maquila, repartidor de pizzas o empleado de una oficina.

Hay una necesidad imperiosa de revertir la descomposición social de Reynosa, de Tamaulipas y de todo México.

No me canso de repetir lo siguiente: En una encuesta que hicieron estudiantes de Criminología de la Unidad Reynosa Aztlán de la UAT entre varios cientos de niños de primaria, en el 2012, se evidenció que la gran mayoría de ellos, arriba del 90%, están identificados con cantantes de música que hacen apología del narcotráfico, como La Trakalosa y el Komander; con vehículos que usan los delincuentes, principalmente las camionetas Tahoe y Escalade, y con armas como la AR-15 y la AK-47.

Paz. Un concepto que aún estamos muy lejos de alcanzar.

En el 2008, durante una de las primeras reuniones de autoridades estatales, municipales y nacionales, el alcalde de turno decía que la problemática no acabaría en uno, dos o tres años, sino que haría falta por lo menos diez años para ver una mejoría.

Ha pasado ya casi la década y las condiciones de inseguridad prevalecen.

En Colombia, la época de más violencia a causa del narcotráfico inició en 1984, cuando el líder del Cártel de Medellín, Pablo Escobar, mandó asesinar al Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Medina, y terminó con la captura y muerte del capo en 1993, así que duró exactamente diez años.

Comprender las condiciones por las cuales una nación se ve inmersa de pronto en la violencia sería cuestión de otro sesudo análisis. Por hoy basta saber que es un fenómeno multifactorial que incluye entre otras cosas, un Gobierno corrupto y corruptor, el empobrecimiento de las masas y el resentimiento de éstas.

Nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «El cuadrúpedo hembra, cruza de asno y yegua carecía de malicia; el continuo castigo a base de golpes propinados con secciones de madera trastocaron su esencia pacífica». (La mula no era arisca; los palos la hicieron).

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